La llegada a esta bahía no deja indiferente a nadie, por su castillo veneciano en lo alto, por su bulliciosa playa, por su pueblecito de postal idílica o por las continuas idas y venidas de “esos locos cacharros inflables” tirados por caballos (de una lancha) donde la personas se convierten en contorsionistas.
Fondeamos en el centro de la bahía junto a unos 10 veleros más, bastantes protegidos del viento pero con algo de mar de fondo que se adentraba en la bahía. Los últimos rayos de sol iluminaban las ruinas del castillo, cuando nos dispusimos a cenar.
Por la mañana, en un taxi-boat que nos recogía y dejaba a bordo, por 7 euros/persona, nos dirigimos al pueblo para perdernos entre sus turísticas calles, plagadas de tiendas de souvenirs y subir al castillo para contemplar la impresionante vista, por cierto en un cartel se advierte que la entrada en el castillo es bajo nuestra responsabilidad, ya que no tiene vigilancia ni mantenimiento y es cierto, la parte alta de la construcción carece de protección y puedes precipitarte al vacío, si no estamos atentos.
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